Como es sabido, la sangre circula a través de las arterias hacía los distintos
tejidos del organismo impulsada sin descanso por el infatigable corazón. El
sentido inverso es conocido como
“retorno” y se lleva a cabo mediante las
venas. Para ello las venas tienen un conjunto de válvulas en forma de pequeñas
uñas, distribuidas a intervalos en toda
su longitud. Estos pequeños sistemas valvulares se ayudan del movimiento de los
músculos y son capaces de, así,
vencer la gravedad de la tierra y conducir
la sangre en dirección ascendente de vuelta al corazón. Además y a diferencia
de las arterias, poseen unas paredes más elásticas permitiendo que el paso de
la sangre sea más fluido.
Cuando se padece de hipertensión las válvulas venosas
están sometidas a una sobrepresión,
pudiendo aparecer entonces cuadros inflamatorios con tendencia a volverse
crónicos y caracterizados por una alteración en la estructura de las válvulas y
hasta el mismo conducto venoso en sí mismo. Este hecho acarrea un mal
funcionamiento del sistema de retorno y el cierre u obstrucción de la válvula.
Finalmente y si el mal no se corrige, la reacción inflamatoria se extiende de
modo que la sangre comienza a acumularse en las venas y éstas se dilatan hasta
el extremo de aparecer unas indeseables protuberancias
subcutáneas conocidas con el nombre de Varices.
Las varices son más comunes en las extremidades
inferiores, pero pueden aparecer también con frecuencia en el esófago, en el
ano o en la región testicular.
De igual modo son más frecuentes entre la población
femenina aunque son muchos los hombres que las padecen o están en riesgo de
sufrirlas.
Factores
de riesgo
Carga genética con
antecedentes directos, padre o madre.
Mujeres en estado de gestación.
Mujeres que usen anticonceptivos orales con cierta
frecuencia.
Hábito u obligatoriedad de permanecer de pie o sentado
con piernas cruzadas por tiempo prolongado sin otros movimientos distinto.
El uso frecuente de prendas ajustadas en nuestra vestimenta.
Sobrepeso.
Sedentarismo.
Y otros factores inevitables como son la menopausia o la
propia vejez y deterioro natural.
Síntomas
Pasan por cuadros de dolor moderado a intenso en las
piernas. Percepción de fatiga, ardor o cansancio sobre todo en las zonas más
bajas junto al tobillo de las personas que las sufren. Posible inflamación debida a la perdida de líquido sanguíneo y
acumulación de éste bajo la piel.
Si esta sintomatología no remite empiezan a observarse
cambios notables en la coloración del tejido epidérmico, alcanzando un color
oscuro como resultado de la acumulación de manchas amoratadas.
La piel sufre engrosamiento conocido como
lipodermatoesclerosis, pudiendo aparecer ulceraciones que en algunos
casos conducen al sangrado de la zona.
Prevención
Quizás lo más saludable sea la integración de conductas
alimenticias saludables con la práctica de ciertos ejercicios físicos
recomendables. Pueden ser tales como flexionar y extender las rodillas, elevar las piernas mientras las masajeamos
desde los pies hacia las rodillas, caminar al menos media hora diaria, etc. De
igual modo, se sugiere el abandono de prácticas poco favorables o que puedan
dificultar de algún modo la circulación de la sangre, por ejemplo, evitar
prendas demasiado ajustadas (no confundir con el uso de medias compresivas de
prescripción médica), calzados poco
ergonómicos o de tacón alto. No prolongar periodos en los que se esté de pie y
con poca movilidad de las piernas.
Tratamiento
Aunque cada caso merece una atención personalizada
existen una serie de recomendaciones aplicables a la mayoría de casos.
El uso de medias terapéuticas compresivas. El efecto que se
persigue es el de comprimir las venas más superficiales de modo que se reduzca
la acumulación de sangre y se favorezca el retorno venoso. Se disminuyen el
dolor y la aparición de ulceraciones
cutáneas.
La habituación o incorporación de dietas saludables
pobres en sal y grasas.
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